Acabo de enterarme y no puedo estar más contento: El museo Thyssen-Bornemisza va a dedicar una exposición a uno de los pintores que más me ha marcado: Edward Hopper... Por lo tanto tengo la obligación de dedicarle la entrada de hoy a este pintor norteamericano, uno de los máximos representantes del realismo del siglo XX.
La exposición se va a celebrar del 12 de junio al 16 de septiembre de 2012. Según explican en la web del museo esta exposición "será fruto de un proyecto de colaboración del Museo Thyssen-Bornemisza y la Réunion des Musées Nationaux de France; dos instituciones particularmente representativas pues, por un lado, París y las obras del comienzo del siglo XX son referencias fundamentales para Hopper en sus primeros años y, por otro, el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid alberga la colección más importante de su obra fuera de los Estados Unidos."
Vamos con este genial artista:
"Retratar de la mejor manera posible el efecto del sol sobre el costado de una casa."
... así resumía Hopper gran parte del conjunto de su obra. Como veremos a continuación, el impacto de esos efectos ha sido mucho mayor de lo que el propio pintor se esperaba.
Durante su vida como pintor pasó sin pena ni gloria por el mundo del arte. De hecho tuvo que ganarse la vida trabajando como ilustrador a sueldo. Como suele ocurrir, sólo después de su muerte se le tomó en serio, se estudió con profundidad sus obras y hoy se ha convertido en un icono de la sociedad moderna.
Trasladándonos a principios del siglo pasado, podemos decir que, desde joven, Hopper realizó varios viajes a Europa que fueron decisivos para su posterior orientación artística. En el viejo continente se interesó por la obra de artistas como Edgar Degas y Édouard Manet. También captó influencias de otros grandes pintores como Pissarro, Sisley, Courbet, Daumier, Toulouse-Lautrec. Durante su estancia en España tampoco perdió el tiempo y grabó en su memoria los trazos de las obras de Velázquez y, fundamentalmente, Goya.
A partir de 1910 dejó de viajar para residir de forma definitiva en Nueva York, en su casa de Washington Square. Sólo abandonará su casa en la gran manzana para trasladarse a su residencia de verano en Nueva Inglaterra, que desde 1930 siempre será en Cape Cod, cuyos paisajes pasarán a la inmortalidad en varias obras del pintor.
Se le define como un pintor de ejecución lenta y pausada, de ahí que su producción artística sea relativamente escasa. Retrató el aislamiento, la soledad y la melancolía del siglo XX norteamericano, construyendo su propia visión interior de la condición humana. Su pintura, bañada por un atmosférico juego de luces y sombras, se caracteriza por la descripción de interiores que representan lugares públicos y cotidianos como bares, moteles, gasolineras... todos ellos prácticamente vacíos para subrayar la soledad del personaje representado. Le preocupaba la intromisión de la luz artificial en la natural y, con frecuencia, incluía múltiples focos luminosos en una misma escena. Aprendió a colocar al espectador en una posición de voyeur, una especie de mirón, haciéndole cómplice e invitándole a observar la intimidad ajena.
Nicholas Serota, director general de las galerías Tate Modern, en Londres, hablaba así de Hopper antes de inaugurar una exposición sobre su obra:
"...se le consideraba una figura regional, como lo demuestra la procedencia de estas obras. Pero Hopper no sólo ofrece una visión de Estados Unidos, sino que investiga a través de su arte lo que significa estar vivo en el siglo XX".
"Se tomó libertades, porque las mujeres de sus cuadros nunca envejecen" apunta Sheena Wagstaff, comisaria de esta misma exposición.
Fijándonos en sus cuadros, aún en la escena más cotidiana, se palpa un aire de inquietud y misterio que deja huella en quien lo observa. Cuando coinciden varios personajes en sus obras no tenemos más que fijarnos en sus miradas... nunca coinciden, ni siquiera en uno de sus cuadros más famosos, Nighthawks (Halcones de la noche), pintado en 1942, donde representa, bajo la cruda luz de los neones, a cuatro noctámbulos en un diner (cafeterías que permanecen abiertas durante toda la noche): sólo hay que trazar una línea imaginaria proyectada desde la mirada de cada uno para comprobar que estamos ante personajes sumidos en sus propios pensamientos, en sus propias preocupaciones o nostalgias, ajenos completamente unos de otros, mirando, a su vez, algo que escapa del marco. Únicamente en una de sus obras, su propio Autorretrato, parece fijar la mirada en el espectador.
Sus escenas son misteriosas, en las que el argumento y su posible resolución escapa al encuadre.
"Su intención era mostrar escenas que podrían suceder pero no ocurren. El espectador establece una relación con los personajes, especula sobre sus intenciones. Por eso su trabajo sigue vivo y en constante demanda" apunta Wagstaff.
Brian O'Doherty, amigo del artista señala que:
"Hopper bloquea la trama de sus cuadros para forzar al visitante a seguir observando. A la larga, son las propias pinturas las que responden con sus vacíos, soledades, presencias y ausencias"
Hopper y el cine
Hopper influyó en sucesivas generaciones de artistas de todas las disciplinas, desde la pintura al cine, pasando por la literatura. Con el cine, especialmente el cine negro, estableció un diálogo de doble dirección.
"Cuando no estoy con humor para pintar, me voy al cine durante una o más semanas" comentaba en una ocasión.
El crítico cinematográfico del dominical The Observer reconoce que fueron los filmes de la época dorada de Hollywood, en los años 30 y 40, los que inspiraron a Hopper para pintar sus características ciudades anónimas, abstractas, solitarias.
Nighthawks, mencionada anteriormente, surgió en respuesta a la novela de Hemingway Los asesinos y en su adaptación al cine, el realizador Robert Siodmak reconstruye el mismo cuadro en blanco y negro. Por citar algunas obras del séptimo arte relacionadas con Hopper podemos ir desde Gigante, el filme de George Stevens que descubrió la química del trío de actores, Rock Hudson, Elizabeth Taylor y James Dean, hasta Blue velvet, de David Lynch, pasando por los clásicos La sombra de una duda, de Alfred Hitchcock (quizá se inspiró en el ambiente de los cuadros de Hopper para su película más siniestra, Psicosis; me viene a la mente la obra Casa junto a las vías del tren, similara la de Norman Bates en la película), o Matar a un ruiseñor, de Robert Mulligan. Wim Wenders echó mano del cuadro Nighthawks en The End of Violence lo mismo que hizo Herbert Ross en Pennies from Heaven (Dinero caído del cielo, su título en España).
Referencias
Strand, Mark. Hopper. traducción y prólogo de Juan Antonio Montiel. Barcelona : Lumen, 2008.
Renner, Rolf Günter. Edward Hopper : 1882-1967: transformaciones de lo real. Colonia : Taschen, 2002.
- Kranzfelder, Ivo. Edward Hopper : 1882-1967 : visión de la realidad. Köln : Benedikt Taschen, cop. 1995.